«A pesar de su genialidad y de sus logros, Rumi no se sentía completo. Le faltaba la experiencia directa de Dios, a quien los sufis consideraban su «Amado» o su «Amor». Rumi entendía el misterioso «vino» del sufismo: sabía qué aspecto tenía, cómo olía, de dónde venía, cómo prepararlo y cómo enseñárselo a los demás. Sin embargo, ¡él nunca lo había saboreado! Una tarde de 1244 todo cambió. Rumi conoció a un derviche errante llamado Shams de Tabriz. Fue Shams quien le dio a probar ese sabor divino, la experiencia directa de su propia divinidad, y la vida de Rumi nunca volvió a ser la misma.
Se han registrado varios relatos de este encuentro y aunque cada uno difiere en los detalles, todos coinciden al describir la conmoción que sintió Rumi y su instantáneo reconocimiento de que toda su preparación intelectual no valía nada, comparada con la experiencia de su propia alma y del «mundo invisible».
Un despertar, una iluminación, una fuerza divina y misteriosa había sido transferida de Shams a Rumi. Comentando este fenómeno, la erudita francesa Eva de Vitray-Meyerovitch escribe: «No se trata únicamente de la enseñanza de un método [que provoca esta transformación]… Sino de una iniciación, una transmisión; la comunicación de una fuerza espiritual, un influjo divino (baraka) que sólo puede otorgar el cabeza de un linaje [de maestros] que retrocede hasta el profeta mismo».
La vida de Rumi transcurrió entonces en compañía de Shams: junto a él, todas las austeridades que había realizado dieron fruto. Shams refinó su entendimiento y le reveló los misterios del universo. Pero estos días dichosos tendrían un pronto final: tras permanecer en Konya durante sólo dieciséis meses, Shams desapareció misteriosamente.
Ahmed Al Aflaki, un discípulo del nieto de Rumi, dio cuenta de lo siguiente:
«Cuando Rumi supo que Shams había desaparecido, se le rompió el corazón. Una mañana, de madrugada, se quedó dormido y soñó que Shams estaba sentado con un joven francés en una pequeña taberna a las afueras de Damasco.
Rumi despertó inmediatamente. Llamó a su hijo Sultan Walad y le dijo: «Ve a Damasco, a una pequeña taberna al pie de las montañas Salijiyye. Allí encontrarás a Shams jugando a los dados. Toma estas bolsas llenas de oro y plata, colócalas en sus zapatos, gíralos hacia Konya e implórale que regrese con nosotros».
Siguiendo fielmente las instrucciones de su padre, Sultan Walad partió hacia Damasco junto con veinte discípulos. Cuando llegaron a la taberna, encontraron a Shams tal y como Rumi lo había descrito. Sultan Walad cayó a los pies de Shams, derramó las bolsas de oro y plata en sus babuchas y le rogó, en nombre de su padre, que volviera a casa.
Shams accedió a regresar a Konya. Tras su dichoso reencuentro con Rumi, Shams le dijo: «He recibido dos regalos de Dios: sabiduría y un corazón puro. A ti te he dado mi sabiduría y a tu hijo un corazón puro. Mil años en este camino no le otorgarían tantos méritos como los que ha recibido en este viaje a Damasco».
Rumi volvió a disfrutar de la compañía extática de Shams, de los largos retiros, de las noches de oración y canto. Una vez más, se sumergió por completo en el Amor. Y una vez más, con la misma premura devastadora Shams desapareció, esta vez para nunca volver.
Durante dos años, Rumi le buscó por todas partes, pero su esfuerzo fue en vano. Cuando regresó a Konya se sentía destrozado por el dolor. Una parte de Rumi había desaparecido con Shams. Para llenar ese vacío, Rumi comenzó a cantar, a bailar y a llenar sus días de música y poesía.
Pasaron los años. Shams ya no estaba, pero mediante la alquimia de este anhelo inquebrantable, Rumi descubrió su propio corazón; descubrió que Shams y él eran uno.»
Fuente: rumi.es
Versos derramando amor a la vida y amor humano unidos en torrentes de pasión. – Rumi