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Ciencia y religión en ‘El árbol de la vida’

¿Por qué hay algo en vez de nada? ¿De dónde venimos? ¿Es nuestra existencia una fortuita carambola cósmica del azar o el diseño de una inteligencia superior? ¿Y es la muerte una aniquilación definitiva de la conciencia o la puerta a otra realidad? ‘El árbol de la vida’, la monumental película del enigmático Terrence Malick que se acaba de estrenar en España, es una ‘colosal sinfonía de imágenes’ que se enfrenta a estas inmensas, eternas preguntas del animal humano. Y lo hace con una ambición quizás sólo comparable, como ya se apuntaba el otro día en este periódico, al ‘2001’ de Stanley Kubrick. El resultado final puede gustar más o menos, pero parece incontestable que ésta no es una película cualquiera, sino una de esas obras que marcan época, y sobre la que se seguirá hablando y discutiendo durante mucho tiempo.

Este artículo no se enmarca en la sección de Cultura sino en la de Ciencia, y por lo tanto su objetivo no es hacer crítica de cine, sino poner sobre la mesa algunas reflexiones sobre el peso y la inspiración del conocimiento científico en la película de Malick, y su tensa relación con la fe religiosa.

Una oda a la belleza del cosmos

En primer lugar, la pretensión del filme es nada más y nada menos que vincular el microcosmos de una familia en un pequeño pueblo del Texas de los años 50 con el macrocosmos del origen y la evolución del Universo. La película salta continuamente de las alegrías y miserias de un padre, una madre y sus tres hijos al Big Bang, el nacimiento de las galaxias, las estrellas y los planetas, el surgimiento de la vida, la aparición de los dinosaurios y su extinción tras la caída de un meteorito… En este sentido, el filme es una oda cinematográfica a la belleza del cosmos, y expresa con una apabullante catarata de imágenes la inconmensurable cadena de acontecimientos fortuitos (¿o no?) que llevan al protagonista interpretado por Brad Pitt o a cualquier otro bípedo pensante de la especie ‘Homo sapiens’ a encontrarse de repente en su diminuto rincón del mundo, preguntándose «¿qué hago yo aquí?».

Podría decirse, por tanto, que ‘El árbol de la vida’ bebe de todo lo que la investigación astronómica, geológica y biológica ha ido desvelando a lo largo de los siglos sobre el (minúsculo) lugar del ser humano en la inmensidad del Universo. Pero además, la ciencia no sólo ha inspirado a Malick desde un punto de vista filosófico, sino que muchas de las imágenes que utiliza para componer su impresionante himno a la creación son fotografías reales de galaxias, estrellas y planetas captadas por el mítico telescopio Hubble de la NASA, así como de sondas como la nave Cassini, también de la agencia espacial estadounidense.

Al ver las secuencias de la película que plasman ese contraste entre la majestuosidad del cosmos y la ridícula irrelevancia de la criatura humana, me vino a la cabeza una de esas inolvidables sentencias de Stephen Hawking: «Sólo somos una especie avanzada de mono en un planeta menor, que orbita una estrella de tamaño medio, pero podemos comprender el Universo, y eso nos hace muy especiales».

‘Diseño inteligente’

Sin embargo, Malick -a diferencia de Stephen Hawking y no digamos ya de científicos de radical militancia atea como Richard Dawkins- no se resigna a aceptar que sólo seamos primates evolucionados debido al azar puro y duro, en un Universo ciego e indiferente a la miseria humana, donde después de la muerte sólo nos espera la nada. Al contrario, su película apuesta claramente por la hipótesis de Dios como una explicación más convincente para la belleza cósmica, y en este sentido algunos podrían acusarle de haber forjado una parábola cinematográfica en defensa de la polémica teoría del ‘diseño inteligente’.

Pero en cualquier caso, independientemente de si al final uno se identifica con la metafísica de Malick o acaba irritado por su dimensión mística, me parece innegable que ‘El árbol de la vida’ ofrece un banquete de eso que los ingleses llaman ‘food for thought’ (alimento para la reflexión), sobre nuestro lugar en el Universo, y la cadena cósmica que ha llevado a una circunstancia tan extraordinaria como la posibilidad de que yo ahora mismo pueda escribir estas palabras, y usted pueda leerlas.

Fuente: El mundo y Youtube

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Recomendación de la semana: La Fuente de la vida

 «La fuente de la vida» es una historia de ciencia-ficción que aborda la odisea de un hombre y su lucha a través del tiempo para salvar a la mujer que ama. Desde la España del siglo XVI hasta el profundo espacio del futuro siglo XXVI, el héroe de este filme intentará encontrar el árbol de la vida, la entidad legendaria que otorga la vida eterna a aquéllos que beben su savia, para intentar salvar la vida de su esposa enferma de cáncer.

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El árbol de la vida

Dicen que cuando Dios creó la Tierra plantó dos árboles especiales en el jardín del Edén.

«Y Dios impuso al hombre este mandamiento:
De cualquier árbol del jardín puedes comer,
mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás,
porque el día que comieres de él,
morirás sin remedio.»

Génesis, Capítulo 2, versículos 16 y 17.

Según el texto, en el paraíso, este árbol fue colocado por Dios en medio de los demás que eran hermosos a la vista y sabrosos al paladar. En el libro de los Proverbios la sabiduría es el «ÁRBOL DE VIDA» asequible a cuantos se llegan a ella. La justicia es también uno de los frutos del «árbol de vida».

El que comiera del ÁRBOL DE LA VIDA tendría vida eterna. El que comiera del ÁRBOL DE CIENCIA DEL BIEN Y DEL MAL ganaría conocimiento del bien y del mal, pero también moriría. Adán y Eva escogieron comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Al hacerlo, ellos escogieron la muerte la cual paso a todos sus descendientes. Además, fueron maldecidos y lanzados fuera del Jardín del Edén.

«El ARBOL DE LA VIDA es el Ser
y esta representado en nuestro cuerpo físico
por la columna Espinal».
«La sombra fatal del Árbol de la Vida es el Yo».

Samael Aun Weor.

El «ÁRBOL DE LA VIDA» es también un diagrama Cabalístico (la tradición hebrea) que presenta los diez aspectos fundamentales de la Vida Poder y sus relaciones entre sí. Consta de diez círculos en cierto arreglo geométrico. Estos se encuentran unidos por veintidós canales. Los diez círculos son los diez Sephirots Cabalísticos. Los veintidós canales corresponden a las veintidós letras del alfabeto hebreo. El diagrama total es, por consiguiente, representativo de los treinta y dos Senderos Cabalísticos de Sabiduría. Posando el ratón sobre cada sefirot se muestra su nombre, su significado en castellano y su correspondencia astrológica e iniciática

Todas las culturas y pueblos de la Antigüedad han venerado un árbol determinado. Así, por ejemplo, para los celtas, la encina era sagrada y sus bellotas comidas ritualmente. Los escandinavos veían a su árbol mágico en el fresno; entre los pueblos germanos la veneración se la llevaba el tilo; en la India era la higuera o ficus religiosa ; entre los hebreos y los árabes la palmera y para los chinos, para los chinos su inmenso país tenía tres amigos predilectos: el bambú, el mundi, razón por la cual los indios norteamericanos de las planicies, al confeccionar sus viviendas o tipis, erguían en el centro un tronco de abedul o de abeto como pilar cósmico en torno del cual giraban, por encima, las estrellas, y por debajo los rituales de los seres humanos. (M. Satz, Los árboles sagrados del Mediterráneo) ciruelo, y el pino. A su vez, estos Tres Amigos, que así se los llamaba, aludían a la flexibilidad, la belleza y la verde lozanía, tres de las cualidades que el taoísmo consideraba indispensables para vivir una vida sana y longeva. Por su capacidad para unir los tres mundos o niveles: el subterráneo, terrestre y celeste, el árbol se constituye también como eje, axis.

Filón de Alejandría, un filósofo del siglo II, pensaba que el Árbol de la Vida estaba en el corazón del hombre, y siguiendo una idea semejante el Libro de la claridad o Bahir consignará que: «La palmera simboliza la columna vertebral del hombre, su pilar esencial. Siendo así que la palabra lulab ( blwl ) contiene las letras lámed-bet ( bl ) más el prefijo que denota un pronombre posesivo de tercera persona, lo ( wl ), hay que ofrecerle el corazón al Creador, lo leb ( bl wl ). ¿Y qué significan-prosigue el Libro de la claridad-las consonantes lámed-bet? Aluden a los misteriosos 32 senderos de la sabiduría, delicadamente ocultos, que confluyen hacia el corazón y cada uno de los cuales está regido por una forma especial, de las cuales se dice en el Génesis 3:24: ´´Para guardar el camino del Árbol de la Vida.» Esta idea fundamental, por otra parte, estaba ya prefigurada en Proverbios 3:18, en donde se compara el Árbol de la Vida con la sabiduría. «Ella-anota el citado pasaje-, la sabiduría, es Árbol de Vida a los que le echan mano».El estudiante, entonces, el explorador psíquico, irá, descubrimiento tras descubrimiento y hoja tras hoja, fotosintetizando luz. (M. Satz, Los árboles sagrados del Mediterráneo).

Fuente: Arboldevida.es