Un hombre alcanzó la suma del poder de su nación, y apesadumbrado de las miserias que veía, cifró su felicidad en lograrla para sus compatriotas. Meditó lo que haría, y decidió que se le entregaran todos los bienes materiales de la nación para repartirlos.
Así se hizo, los distribuyó con extremada equidad entre todos, y suponiendo cumplida su misión, se alejó del país. Pero pronto volvieron las desigualdades y aflicciones, y anhelaron el regreso de quien les prometiera la felicidad
Por fin un día entró en la capital un pobre viejo encorvado, y ante la ansiosa muchedumbre, habló de esta manera:
Al repartir los bienes materiales de la nación, creí hacerlos iguales y dichosos, y no hice más que perturbar las leyes de la vida, que dan la compensación de cada esfuerzo, que empujan al indolente, que liman con el dolor las asperezas, y restablecen la justicia a través de aparentes contradicciones. Y ahora, estoy entre ricos y pobres, amos y esclavos, sinceros y traidores, laboriosos y haraganes, ingeniosos y torpes, sangradores y desangrados.
Y juntando las manos cual si rezara exclamo:
¡Los verdaderos bienes no pueden ser repartidos. Nadie cambiará su destino, sino ustedes mismos. Consigan por su propio esfuerzo la inteligencia y la virtud, y entonces serán iguales; entonces sí tendrán todos la felicidad posible en este mundo.
-Autor Desconocido
Si, la vida está llena de tropiezos y la única forma de sobrepasarlos es con nuestro propio esfuerzo, nada es gratis y si así lo fuera estariamos inconformes siempre,
Asi es 🙂
Así es, mucha luz Ana
El autor de este texto es Constancio C. Vigil